lunes, 16 de mayo de 2011

La derrota del Espacio Público


Pasar 7 horas en la nada, todo un desafío. La vorágine con la que vivimos, la reclusión a los espacios privados, la creación de un mundo paralelo inmerso en la tecnología; nos empiden ver una batalla que estamos perdiendo, por escándalo.

Mi día era un tanto extraño. Facultad a la mañana en Constitución y luego un evento personal a las 19 en Palermo. A una semana de un importante parcial, era una oportunidad perfecta para estudiar en ese impaz. Para eso, no mejor idea que no volver a casa. Esto generaría la necesidad imperiosa de leer sin las interrupciones que las comodidades de un hogar ofrecen, el más duro enemigo del estudio, por lo menos en mi caso. Pero nunca había probado con tanto tiempo. Siete horas en las que mi sentido de pertenencia sería nulo.

No tuve problema alguno en la facultad, el hecho de ser pública ayuda. Un lugar donde cualquiera entra y sale, sin dar explicaciones a nadie. Pero tenía la sensación de estar en bunker, una trinchera. Sospechaba que el afuera me sería hostil. Por eso por lo menos fueron 4 las horas en las que me recluí en ese lugar seguro, donde podía leer, comer, ir al baño, levantarme y volver a leer. En el piso, en una silla propia, en una clase aisaldo, en una mesa acompañado. Al aire "libre" o adentro. Tenía toda la ciudad para mí. Pero las horas pasaban y no quería salir de ahí. Hasta que el encierro me superó y salí. Eran sólo 3 horas más las que tenía que aguantar, un poco menos. Salí de mi trinchera para ver si estábamos en guerra. Y sí, lo estábamos.

Un tiempo pasó en el colectivo. Otro lugar seguro, donde se puede estar. Pero fugaz. Tarde o temprano hay que bajar y enfrentar la ciudad. A caminar, alguna que otra plaza con un banco libre para descansar, pero no mucho más. A su vez, necesitaba un lugar donde seguir con mi lectura, y un plus, wi-fi para chequear los mails. A pesar de haber opciones, terminé cayendo en McDonalds. Culpa de esa sensación de necesidad que nos genera, basada sobre todo en una sensación de seguridad. Ya uno sabe el precio, ya uno sabe el menú, donde está, como funciona. Las sorpresas nos limitan. Está muy bueno ese bar, ¿pero si me arrancan la cabeza?, una de las claves del éxito del formato norteamericano: la previsibilidad. Nos aleja los fantasmas de lo imprevisible. Yo sabía que ahí había wi-fi, yo sabía que ahí tenía descuento con determinada tarjeta y terminé ahí. ¿Cuánto tiempo iba a aguantar ahí adentro?

Mi ticket fecha las 17:23. Pedí un capuccino y un tostado, que venían con un confite y una soda (tamaños mínimos). Era consciente de donde estaba y me propuse: "Tengo que aguantar una hora"... ¿alguna vez lo probaron? Estar una hora en un McDonalds, sin volver a consumir es difícil. Hacerlo solo, una cruzada épica.

Saqué la notebook y resolví las cuestiones que necesitaba con internet, en un tiempo de no más de 20 minutos. Mismo tiempo en el que ya casi había terminado mis producto, dejando la soda y el confite. Guardé la compu y saqué unos apuntes. Bastante exhaustivos. Mi estadía peligraba. Desde ese momento comenzaron las hostilidades:

Primero, el personal de limpieza comenzó a trapear el piso alrededor de mi mesa. Curioso, ya que no lo hacía en otros lugares. Todo se volvió un poco más evidente cuando sin un permiso de por medio, la limpieza se extendió hasta por debajo de mi mesa, dejando incluso limpias mis zapatillas. La trapeada siguió y al terminar, el sujeto no siguió haciendo lo mismo en otras mesas o pasillos. Curioso. El mismo personal de limpieza volvió unos segundos más tarde y me ofreció guardarme la bandeja (y su contendio ya consumido). Muy gentil el hombre, aunque yo conocía sus verdaderas intensiones, y por eso agradecí, pero rechazé la oferta. La guerra comenzaba.

El local desbordaba de gente. Muchos subían y daban vueltas buscando lugar que no había. Mi asiento cotizaba cada vez más. Además, mi mesa tenía 3 sillas de más. Una vez que se rindió el muchacho de limpieza, la estrategia cambió. Segundos despues de que rechazé su generosidad, el personal de seguridad si hizo presente y escogió el punto estratégico en el que yo estaba, para continuar con su trabajo, incluso merodeando el perímetro de mi mesa, sin ir mucho más lejos. la gente fluctuaba y me ví obligado, incluso por pedido, a entregar las sillas que me sobraban. El personal de seguridad se encargaba de quitarlas y ponerlas de vuelta mientras gente entraba y salía. Yo seguía ahí.

Admito que me costaba concentrarme en la lectura. Me sentía observado, presionado. Esa seguridad que uno siente al elegir McDonalds la perdí absolutamente toda cuando mi producto se terminó. Desde entonces me sentí ajeno, invadiendo e invadido, en territorio hostil. Era evidente que mi presencia molestaba y me lo hacían saber. Pero pude resistir, aunque ni un segundo más. A las 18:23 me levanté. De las sombras vi salir empleados que en segundos acondicionaron la mesa para que pueda ser usada por otro. Otro, uno más, un número más, un consumidor.

Esa lógica es uno de las claves del éxito de los locales de comidas rápidas. Las sillas incómodas, el ofrecimiento de un postre, y todo lo que me sucedió; son muestras claras de esa búsqueda de paso, de rapidez. Consumir e irse lo más rápido posible. Por eso el menú es también acotado, para no perder tiempo en pensar. Una lógica que se transfiere cada vez más a la sociedad, como bien cuenta Ritzer en su libro “La McDonalización de la Sociedadque recomiendo altamente.

El avance de estas lógicas destruyó y destruye el espacio público.
El lugar predilecto para todos ha sido expropiado. Uno no puede sobrevivir en la ciudad sin consumir. No puede ir al baño, no puede sentarse a leer, no puede detenerse a dialogar. No tiene dónde, ni cómo, ni con quién. Quedan lugares, pero mas no excepciones, aunque no queda lo más importante, la intención. Ha sido desplazada desde el subconsciente. Ya nadie quiere estar en lo público, ya no es más necesario.¿Seguros que no es necesario?





"A lo largo de los años, McDonal's nos ha atraído mediante diferentes estrategias. Los restaurantes se presentan como edificios flameantes, nos dicen que la comida es fresca y nutritiva, nos muestran a sus empleados como seres joviales y buenas personas, a los directivos amables y amistosos, y la experiencia de tal comida parece ser divertida y satisfactoria. Incluso nos inducen a creer que, al menos indirectamente, contribuímos con instituciones de caridad, mediante nuestro apoyo a la empresa, que financia los hogares Roland McDonald para niños enfermos"




2 comentarios:

Lucas Varín dijo...

jajaj muy buena Matí! Una triste realidad. No había notado nunca lo de los empleados de Mcdonalds, aunque ahora que me pongo a pensar las veces que quise estudiar en un lugar así, siempre me desconcentraba por algún motivo externo a mis pocas ganas de leer. Abrazo grande

Cronista Clandestino dijo...

Ja si, lo del Mac es impresionante, leí unos capítulos de ese libro en Comu 1 con Mangone, impresionante como representa un sistema que se expande a tooodo negocio. Hoy peluquerías, parrillas, oficinas, toodo, tiene un poquito de MC. Abrazo y gracias por pasar!

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