“Cape d´Adge se te trata de una estación balnearia clásica, más bien educada
con la salvedad que los placeres del sexo ocupan un lugar importante y
admitido. Las dunas de la playa de
Marseillan no deben considerarse como el lugar de una exacerbación irracional
de las fantasías, sino, al contrario, como un dispositivo que reequilibra los
juegos sexuales, el soporte geográfico de una tentativa de retorno a la
normalidad, principalmente sobre la base de un principio de “buena
voluntad”;(Michel Houellebecq; Las partículas elementales, Barcelona, Anagrama,
2003)
Michel
Houllebecq asegura que Cape d´Adge está
lejos de la exacerbación irracional de
las fantasías. Creemos que está aclaración es una tautología. El autor parece
explicarlo para marcar una diferencia con un lugar donde encontremos la lujuria
sin fronteras, pero ¿acaso esto existe?, ¿queda algo por fuera de Cape d´Adge? No sé porqué, pero
sospechamos que el autor en realidad ya conocía la respuesta.
Michael
Foucault describió el doble funcionamiento en las sociedades de control, que
actúan disciplinando los cuerpos de forma individual, mediante la
anatomopolítica, pero además reconoce la biopolítica, que a diferencia de la
disciplina, “… actúa por medio de
mecanismos globales, para obtener estados totales de equilibrio, de
regularidad”.
Nuestra voluntad y sentido de la normalidad están totalmente afectados por
este control sobre la vida, a punto tal que las más profundas pasiones han sido
alcanzadas. El sexo, quizá pensado como el último refugio de la libertad, no
sólo que es un lugar más de la sociedad de control, sino que es además, uno de
sus dispositivos fundamentales. El sexo cruza los dos ejes, “Por un lado depende de las disciplinas del
cuerpo: adiestramiento, intensificación y distribución de las fuerzas, ajuste y
economía de las energías. Por el otro, participa de la regulación de las
poblaciones, por todos los efectos globales que induce”.
El sexo es la llave de acceso a la vida del cuerpo y de la especie, es el
principio de las regulaciones y los estándares de normalidad. Aparece como una
promesa de libertad, pero no es más (ni menos) que un dispositivo. La expansión
de su práctica como mero placer conlleva la utilización de píldoras y
preservativos, lo que nos devela que mientras más lo practiquemos, más inmersos
en los dispositivos de control nos encontramos. Cape d´Adge es el estado habitual del sexo, no una excepción.
Norbert Elias nos asegura que hay un
plan que deriva en un orden concreto que es más fuerte que la voluntad y razón
de los individuos aislados que componen la sociedad, y se lleva a cabo mediante
la coacción y la autocoacción. De este modo se establecen los parámetros de
normalidad, dominando nuestras emociones más espontaneas, a sabiendas de que
conocemos y especulamos las posibles consecuencias. “Desde su primera infancia se acostumbra al individuo a observar esa
contención y previsión sistemáticas que precisará para su función de adulto (…)
una autovigilancia automática de los instintos en el sentido de los esquemas y
modelos aceptables para cada sociedad”. Bruno, uno de los personajes de Las partículas elementales, en quien
podemos ver la influencia de la modelación llevada a cabo en su infancia y
adolescencia, asegura que “nunca ha
habido comunismo sexual””.
Para comprender a qué se refiere, antes, Houllebecq nos cuenta que con la
legalización de los anticonceptivos se llevó a cabo la liberación sexual, universalizando una herramienta que antes
sólo alcanzaban los ricos (El propio Elias nos había anticipado que el proceso
de modelización de la sociedad se lleva a cabo primero en las clases más altas,
y tarda más en las inferiores). De este modo, Houllebecq nota que “la pareja y la familia eran el último islote
del comunismo primitivo en el seno de la sociedad liberal. La liberación sexual
provocó la destrucción de esas comunidades intermediarias, las últimas que
separaban al individuo del mercado”.
Lejos de la revolución, el sexo fue el dispositivo clave para este pasaje, para
profundizar e universalizar valores individualistas totalmente funcionales a la
sociedad hegemónica. Además, Elias explica que en la antigüedad el peligro constante
al que se exponía el hombre lo hacía oscilar entre sufrimientos y placeres
extremos. Ahora, la vida encierra muchos menos peligros, pero también
proporciona menos alegrías. Así lo ve Bruno, quien asegura que “las pasiones emocionales se embotan, hay
pocos rencores y pocas alegrías; uno se preocupa sobre todo por el
funcionamiento de sus órganos, por su precario equilibrio”
El cuerpo se ha individualizado cada
vez más, habiéndose tapado los orificios, cerrándose en sí mismo. Por eso la
importancia de la mirada, que es la que establece la distancia con el otro. Una
mirada relacionada con la especulación, que lleva a reprimir los instintos. “La posibilidad de vivir, empieza en la
mirada del otro”
asegura Houllebecq, lo que plasma en su personaje Bruno, quien se constituye
mirando. Lo mismo sucede en Cap d’Ange, donde los mirones están tácitamente permitidos. David Le Breton se va acercar hacia esta
idea, argumentando que “El cuerpo
funciona como un límite fronterizo”.
El autor advierte sobre el avance individualista que esto provoca, favoreciendo
a la atomización de los sujetos, donde el cuerpo es el refugio. Un sujeto que
reemplazó la búsqueda de la convivencia por la de la intimidad. El cuerpo se
transforma en un objeto, que se intenta moldear a gusto, un gusto que se rige
por los parámetros de juventud y belleza. “La
acentuada individualización que conocemos actualmente no es, de ninguna manera,
signo de la liberación del sujeto”.
Los ’60 remiten directamente a los ideales libertarios, principalmente ligados
a lo sexual. Solemos rescatar el aquél romanticismo, sin notar que desde
entonces han proliferado las industrias del cuerpo con el mero objetivo de ampliar
la juventud y la belleza, los valores necesarios para tener acceso a la plena
libertad sexual. “En Cap d’Agde,como en
cualquier otra parte, una mujer con un cuerpo joven y armonioso o un hombre
seductor y viril se ven rodeados de proposiciones halagadoras. Y en Cap d’Agde,
como en todas partes, un individuo obeso, viejo o poco agraciado está condenado
a la masturbación”,
analizó Bruno. El Estado Benefactor intenta equiparar a los pobres con los
ricos, sin solucionar realmente el problema. Del mismo modo funciona la
industria del cuerpo, lo que nos hace verosímil la idea del plan “Tetas Para Todos”.
La obsesión por la imagen es la que rige y atraviesa el dispositivo sexual y,
por lo tanto, toda la sociedad.
En la novela de Houllebecq, Bruno dirá que “Michel
no es hombre”. Se refiere a su medio hermano. Desde la narración, el contraste
con Bruno coloca a Michel por fuera del dispositivo sexual. Escapando al eje
central de la sociedad de control, Michel parece superar el humanismo, algo que
propone Peter Sloterdijk, “No se puede
encontrar ya nada material en el sentido de la vieja ontología de la materia.
Se encuentra más bien la forma pura de la información informada e informante:
los genes no son más que órdenes para la síntesis de moléculas proteicas”,
asevera el autor intentando comprender al hombre como pasaje de información,
lejos de la dicotomía del ser y el no ser, algo que considera fundamental para
adecuarse a los nuevos tiempos, donde según Paula Sibilia, se ha desplazado el
foco desde el sexo hacia los genes. Superar el humanismo y entrar en la etapa
de la información, para Sloterdijk,
llevará a un estado donde “… la
esclavización de materia y personas pierde toda verosimilitud”,
eliminando los amos, y por lo tanto su poder de control sobre el resto,
fundando la homeotecnología, una nueva etapa donde la tecnología es responsable
y posee una operatividad no dominante. Como parece hacer Michel, la superación
del humanismo promete el escape a los controles desarrollados hojas atrás,
logra encontrar un lugar por fuera de Cape
d´Adge. Sin embargo nos quedan dudas de si estamos capacitados para dejar
el humanismo de lado y nos resuena la voz de Héctor Schmucler y sus
advertencias sobre la biotecnología, la cual realiza “esfuerzos por moldear el cuerpo humano, para orientarlo a fines
determinados”.
El propio Houllebecq parece advertirnos del peligro, cuando comenta que “Todo habría ido mucho más deprisa sin el
nazismo. La idolología nazi contribuyó en gran medida a desacreditar las ideas
de eugenismo y perfeccionamiento de la raza, hicieron falta años para
recuperarlas”
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